La sombra del misterio

domingo, mayo 21, 2006




GALILEO GALILEI, la leyenda y el hombre.
"La gloria de Galileo descansa sobre descubrimientos que nunca hizo y sobre hazañas que nunca logró. Contrariamente a lo que se afirma en muchos libros, incluso recientes, de historia de las ciencias, Galileo no inventó el telescopio. Ni el microscopio. Ni el termómetro. Ni el reloj de balancín. No descubrió la ley de la inercia; ni las manchas solares. No aportó contribución alguna a la astronomía teórica. No dejo caer pesos desde lo alto de la Torre de Pisa; y no consiguió demostrar la veracidad del sistema de Copérnico. No fue torturado por la inquisición, ni excomulgado, no dijo "eppur si muove"(sin embargo se mueve); Nunca fue un mártir de la ciencia.
Arthur Koestler, Premio Nobel, en "Los somnámbulos"
(1963)

I - El heliocentrísmo: un debate científico... hasta Galileo.
En el siglo III A.C, Aristarcos de Samos (último alumno de Pitágoras) propone a grandes rasgos el sistema heliocéntrico: la tierra y los demás planetas giran alrededor del sol, la tierra gira sobre si misma y la inclinación de su eje es el origen de las estaciones.
Sin embargo es Ptolomeo (siglo II) y el sistema geocéntrico quienes se imponen firmemente hasta el siglo XVII. La tierra, inmóvil, es físicamente el centro del mundo; los planetas, incluido el sol, giran a su alrededor describiendo "epicíclos" y "excéntricos". Teniendo en cuenta que las observaciones astronómicas son cada vez más precisas, el sistema va ganando complejidad con el paso de los siglos.
Llegado el siglo XIII, santo Tomás de Aquino, con tres siglos de adelanto sobre Copérnico, escribió: " En astronomía, se propone la hipótesis de los epicíclos y excéntricos, porque, hecha esta, las apariencias de los movimientos celestes quedan salvaguardados; pero no es una razón lo bastante probatoria, pues podrían salvaguardarse con otra hipótesis."



Copérnico (1473-1543), canónigo polaco, es muy conocido por su obra "De revolutionibus orbium coeslestium". Sin ser el que iniciara la teoría heliocéntrica, la perfecciona con argumentos científicos, además de refutar el egocentrismo. Sin embargo, Copernico no aporta verdaderas pruebas de su teoría, es aún imperfecta y a sus ideas les cuestan imponerse. Pero despiertan gran interés y son acogidas favorablemente por la iglesia católica: así el cardenal Shoenberg anima a Copernico a escribir su obra, aparecida en 1543. El papa Pablo III le acepta su dedicatoria.
Seguidamente, hagamos justicia a Johann Kepler (1571-1630). Verdadero científico, siempre dará muestra, con sus cálculos, de ese rigor que le faltaba a Galileo. Establece, después de las importantes observaciones de Tycho Brahé (1546-1601), los fundamentos de la mecánica celeste, condensados en tres famosas leyes que llevan su nombre, están vigentes y son exactas aún a día de hoy
Formula la primera ley fotométrica; precisa el concepto de fuerzas y lo aplica correctamente para explicar el fenómeno de las mareas. Presenta la ley de gravitación Universal y les abre el camino a Halley, Hooke y Newton.
Galileo ignora con desprecio la obra de Kepler y la desacredita, dice "ni tan siquiera vale un uno por ciento de mis pensamientos". Así, Galileo ocupa, en el espíritu de muchos científicos, el lugar de honor que se le debía a Kepler.

II- ¿quién fue realmente Galileo?
Galileo participó en la edificación de la mecánica y la astronomía, pero la leyenda ha engordado mucho esa contribución. Distaba de merecer el título de "fonda" que le otorgara Juan Pablo II en 1979. Su aporte fue esencialmente experimental.
En astronomía, observa con más detalle la superficie de la luna, las manchas solares, las fases de Venus. Descubre los satélites de Júpiter y varias estrellas de la vía láctea.
En mecánica, es uno de los primeros en utilizar el método experimental. Por ejemplo, no cuestiona el motivo de la caída de los cuerpos, sino cómo caen, recurriendo para ello a la experimentación para verificar sus hipótesis.
Ya por costumbre nos ofrecen un Galileo genial, héroe de la ciencia, perseguido por la Iglesia pero, en realidad, la correspondencia y las obras de Galileo muestran un espíritu censurador y orgulloso, a menudo alejado del verdadero espíritu científico.

Galileo, ¿Un científico con mala fe?
Hubiese estado bien que aplicase el método experimental y que confróntase sus convicciones con las minuciosas observaciones de Tycho-Brahé, mostrando que las trayectorias de los cuerpos celestes no son circulares. Pero nuestro hombre se aferró toda su vida al viejo postulado aristotélico según el cual los cuerpos celestes son perfectos, por eso sólo pueden tener una trayectoria circular. Esto le hizo negar la existencia de los cometas descritos por Tycho-Brahé y después por el padre Grassi (tres cometas observados en 1618). Galileo afirmaba ver en ello solamente "pretendidas observaciones", "falsos planetas de Tycho", llegando incluso a afirmar que se trataba de simples fenómenos meteorológicos. (Il Saggiatore, 1623)

Galileo ¿Un científico sin escrúpulos?
Galileo se atribuía el descubrimiento de las manchas solares, aunque esas manchas habían sido observadas a simple vista desde el siglo IV a. C., y con catalejo por Scheiner en 1611, dos años antes que Galileo. Al padre Grassi, que se rebelaba contra este fraude, no dudo en escribirle en estos términos: "No puede hacer nada, señor Grassi, sólo se me ha dado a mí el descubrir todos los nuevos fenómenos del cielo y nada a los demás. Tal es esta verdad que la malicia y la envidia no pueden ahogarla". (Il saggiatore). De hecho, en "Dialogo" (1632), les arregló definitivamente las cuentas a sus adversarios: "estos son pigmeos mentales", "idiotas estúpidos", "apenas dignos de llamarse seres humanos".

III- El primer proceso (1616).
Galileo Galilei nació en Pisa en 1564. Allí enseña matemáticas de 1589 a 1592, luego lo hace en Padua hasta 1610, también imparte astronomía, principalmente el sistema de Ptolomeo. Pero en ese periodo se pasó a las ideas de Copérnico, quizás bajo la influencia de astrónomos como Wueteisen o Mästlin, maestro de Kepler. En 1610, tras encargar un catalejo astronómico, de reciente invención en Holanda (a finales de XVI), realiza las observaciones antes mencionadas, y las recoge en su obra "Sidereus Nuncius" que publica en ese mismo año. Ese libro es bien acogido y lo lanza a la fama. En marzo de 1611, acude a Roma, donde explica sus resultados a varios prelados. Animado por sus descubrimientos y celebridad, Galileo no duda en presentarlos como pruebas que demuestran la teoría de Copérnico.
Se abre un animado debate, porque se enfrenta a los partidarios incondicionales de Aristóteles, los peripatéticos con mucho poder en las universidades. Desconocedores de los principios de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, los peripatéticos consideraban, erróneamente, que la física de Aristóteles, su filosofía y teología formaban un todo, hasta el punto de entender los fenómenos naturales de la Biblia según la física de Aristóteles y el sistema ptolomáico. Pero Galileo, con sus experiencias sobre la caída de los cuerpos y sus observaciones de las irregularidades de la superficie lunar, abrió una brecha en la física del Maestro pero acabó fracasando en su militancia por las ideas copernicanas.
El comienzo de las hostilidades llegó a finales de 1611 de manos de los peripatéticos. Acusaban a Galileo de contradecir las Sagradas Escrituras. De este modo saltó el tema del terreno científico, al terreno de la exégesis. Entre otros, uno, el capitulo X del libro de Josué, hace pensar que la tierra está inmóvil y el sol gira a su alrededor. Pero la Biblia, no es un libro científico: en lo tocante a los fenómenos de la naturaleza y la disposición del universo, sólo se expresa en el lenguaje usado en la época, como se habla basándose en las simples apariencias.
No hay más que ver, hoy día, en tiempos de la carrera espacial, a los grandes sabios hablando del levante y del poniente, sin tener que entrar por ello en consideraciones científicas. La Biblia está escrita en esos términos para lo que importa a la naturaleza, ni tiene rigor científico, ni juzga o prejuzga esas cuestiones.
Los exegetas, cuando pueden entender los textos en sentido literal, llamado histórico, o en sentido metafórico, deben tomar al primero como bueno mientras no tengan motivos suficientes para entenderlo en el segundo sentido. En esa época, era muy aceptada la forma literal. El sistema de ptolomáico era bastante adecuado (con una precisión de cerca un cuarto de grado de la posición de los astros) y el sistema de Copernico no estaba bastante demostrado. La Iglesia no encontraba ninguna buena razón para pasar a la interpretación en sentido figurado.
Galileo, en lugar de no entrar en el juego de los peripatéticos, y a pesar de que sus buenos amigos le aconsejan volver al debate científico y atenerse a él, se lía en una campaña en favor de sus ideas y de su interpretación de la Biblia, con la falta de moderación que le caracteriza.
La cosa se empezó a poner cruda, y a principios de 1616, el carmelita Foscarini y el agustino Zuñica publican sendos escritos tratando de demostrar el heliocentrísmo de la Biblia. En cuanto a Galileo, fuerza a la Iglesia a pronunciarse sobre esa cuestión.
Ante la confusión de ideas, la Congregación del Santo Oficio intervienen en febrero de 1616. ¿El sistema de Copernico está suficientemente demostrado como para abandonar el sentido literal de ciertos textos y pasar al sentido figurado? Los jueces también valoran las pruebas aportadas por Galileo a favor del movimiento de la tierra. Este acaba de redactar en Enero un pequeño tratado sobre el tema, en el que expone sus argumentos.
Según él, el fenómeno de las mareas resulta de la combinación de las rotaciones de la tierra sobre sí misma y alrededor de sol. Pero de ser ese el caso, se observaría únicamente una marea completa al día, cuando en realidad hay dos. A parte, la teoría de Galileo es un retrato de los conocimientos de la época, entonces se decía que las mareas se deben al acción combinada del sol y la luna. Bedas el Venerable y después Kepler lo explicaron ampliamente. En resultas, Galileo no convenció a nadie y la conclusión del proceso era de esperar: "el sistema de copernicano no queda demostrado, no hay motivo para tomar en sentido metafórico los pasajes de la Biblia. Hacerlo sería imprudente, tanto desde el punto de vista científico como del exegeta. Por ese motivo, el Santo Oficio pone el "De revolucionibus" de Copérnico en el Índice hasta corrección". Notemos que a Galileo no se le cita aquí.
Simplemente, el cardenal Bellarmin le convoca a finales de Febrero y le pide por medio de un "monitum" (aviso) que no vuelva a presentar la teoría de Copérnico más que de forma hipotética. Galileo acepta y regresa a Florencia a seguir con sus trabajos, no sin antes ser recibido por el papa Pablo V. Este le asegura su protección y en mayo 1616 le hace testificar para desmentir las maldades que sobre él hacían pesar los peripatéticos, despechados porque no le hubieran condenado a él personalmente. En 1620, ese mismo papa autoriza de nuevo la lectura del libro de Copérnico, una vez hechas unas mínimas correciones.

IV- Del primer al segundo proceso (1616-1633).
La cosa queda así hasta que al cardenal Maffeo Barberini llega al pontificado bajo el nombre de Urbano VIII, en agosto de 1623. Es un admirador de Galileo, ya en 1611, el cardenal Barberini le acogió en Roma para que le explicase sus descubrimientos y, en 1613, le animó a escribir su "Carta sobre las manchas solares", la cual presenta favorablemente el movimiento de la tierra. En 1620, después del proceso de 1616, compone una oda en apoyo a Galileo, "L’adulatio Perniciosa". A las pocas semanas de estrenar su papado, acepta la dedicatoria de "Il Saggiatore".
Aún tenemos un testimonio de Galileo sobre una entrevista con Urbano VIII en 1624: "Su Santidad me ha otorgado grandes honores, he tenido hasta en seis ocasiones largas entrevistas con él. Ayer, me prometió una pensión para mi hijo; tres días antes, recibí como presentes un bello cuadro y dos medallas, una de oro y otra de plata". Urbano VIII está probablemente a favor de las ideas de Copérnico, pero a diferencia de Galileo, su actitud sigue siendo científica; y siempre pedirá que hasta que se demuestre de verdad, no se hable del movimiento de la tierra mas que en términos hipotéticos.
Galileo, ve en este nuevo papa la ocasión soñada de hacer progresar sus ideas y levantar la prohibición de 1616. Comienza una obra de fondo en 1624 sobre los distintos sistemas astronómicos y trabaja en ello durante seis años. Será la coronación y el triunfo de sus ideas, por eso busca obtener el "imprimátur" (aunque no sea necesario para las obras científicas), anticipándose a cortar de raíz cualquier ataque de sus adversarios, ya que su obra tendría el aval del papa. Nuestro sabio llega a Roma en 1630. Allí le presenta a Urbano VIII su " Dialogo sobre el flujo y reflujo del mar", este aprueba el proyecto pero le aconseja a Galileo que exponga los diferentes sistemas astronómicos en términos hipotéticos, conforme al dictado de 1616, y que cambie el título inicial.
Efectivamente, Galileo no desiste de su falsa teoría sobre las mareas. El papa, le tiene aprecio y no desea que haga figurar en su libro argumentos tan poco convincentes. Pero testarudo, Galileo se salta su aviso aunque por lo menos cambia el título inicial por "Diálogos sobre los principales sistemas del mundo, de Ptolomeo y de Copérnico".
Además, el libro lo escribe en italiano para llegar al gran público y no solamente a los especialistas (siendo el latín la lengua científica). Obtener la autorización para la obra contraviniendo la orden de 1616, revela mucho empeño y más sentido de lo polémico que de lo científico. Así, Galileo decide burlar la vigilancia de Mr. Riccardi, Maestro del Sagrado Palacio y encargado de examinar el "Diálogo", este sólo tiene conocimiento de la presentación y conclusión del libro, precisamente las partes de la obra donde el astrónomo no desvela sus verdaderas intenciones. El matemático Charles comentara con razón: "Por más grande que fuera su meta, ha caminado por senderos tortuosos e indignos. Lea la presentación de su Diálogo, ahí se disfraza hasta pretenderse enemigo de Copérnico". La autorización de publicar llega en julio de 1631 y el libro aparece en febrero de 1632. A primer vista, cualquiera puede ver como las ordenes de 1616 han sido transgredidas. "Le he tratado mejor de lo que él me ha tratado a mí, porque él me ha engañado" le confiaba Urbano VIII a Niccolini, embajador de Toscana en el Vaticano y protector de Galileo. El papa puede tolerar que se haga mofa de sus propios argumentos pero no puede consentir la falta de honradez de la que Galileo ha hecho gala para conseguir la autorización del libro y la transgresión de la prohibición de Bellarmin.

El tercer motivo le empuja a actuar con rapidez, lo que se venía esperando ya qué Galileo es un personaje "mediatico", el Dialogo desde su aparición es un éxito, cosa que ha desencadenado la reacción de sus adversarios. La Iglesia había conseguido, por las medidas tomadas en 1616, calmar el debate cosmográfico y restablecerlo a lo limitadamente científico, y ahora se reaviva con mucha más polémica por la temeridad de Galileo. Por otro lado, la confusión entre ciencia y exégesis, de la que se trata en la obra, pone en peligro la fe, necesita una puesta a punto más severa que la de 1616. Pero aún y con todo, Urbano VIII se muestra benevolente y confía a una comisión de teólogos la tarea de examinar el Dialogo, con la esperanza de evitar a Galileo el comparecer ante el Santo Oficio. No es tal la opinión de la comisión: "Galileo ha ido demasiado lejos y debe enfrentarse a un juicio".

V- El Proceso de 1633.
Tras intentar en vano conseguir que el Santo Oficio cediera, Galileo llega a Roma en febrero de 1633. Allí soporta cuatro interrogatorios entre abril y junio.
Si Galileo hubiese reconocido los hechos que se le reprochaban, las cosas hubieran quedado ahí. Como ocurriera con el de Copérnico, su libro se habría puesto temporalmente en Índice, hasta corrección. Pero al contrario, Galileo le echa cara y sorprende a sus jueces por su desfachatez, sostiene, bajo juramento, que él no cree en la teoría de Copérnico, que en el Dialogo se demuestra su falsedad. Se atiene a esa declaración durante todo el juicio, incluso ante el papa que presidía la sesión, el 16 de junio. Los cargos presentados son: la transgresión de la orden del 1616 y obtener la autorización para difundir su obra con malicia y engaño. Eso le vale a nuestro hombre, recitar salmos de penitencia una vez por semana durante tres años, la reclusión en una cárcel escogida por el Santo Oficio, la abjuración solemne de sus errores y la prohibición de "Dialogo" que será puesto en el Índice en 1634.
Pero la mansedumbre del papa respeto a Galileo no tiene medida. Desde su llegada a Roma para el proceso, Galileo se beneficia de condiciones materiales confortables y se aloja en casa de su amigo Niccolini en la embajada de Toscana, cuando debía haber permanecido en la prisión del Santo Oficio como todo acusado. Le autorizan a que su hija, monja carmelita, recite los salmos que a él le impusieron en penitencia. Nunca fue a la cárcel, porque Urbano VIII le permitió volver al palacio de Niccolini, después se mudó al de arzobispo de Siena, otro devoto amigo. A finales de 1633, Galileo obtiene el permiso para retirarse a su villa de Arceti, cerca de Florencia. Allí, pasa sus últimos días, bien rodeado, recibiendo a sus discípulos y amigos, prosiguiendo sus trabajos de matemáticas hasta su muerte en 1642.
En cuanto al acto de abjuración, Galileo lo lee y firma en presencia sólo de sus jueces, no quería darles ese gusto a sus enemigos. Declara detestar sus errores y no creer en la teoría de Copérnico, a fin de cuentas lo mismo que dijo durante todo el juicio. La leyenda ha añadido ese epílogo en el que Galileo, al acabar el proceso, pega con el pie y exclama: "¡Eppur si muove!" (¡Y sin embargo se mueve!). Galileo no pudo actuar de ese modo sin haber agravado considerablemente su caso y sus sanciones.

Texto original de Jacques Lermigeaux.
Traducción y adaptación de Pilar Verdú.
Bibliografía no exhaustiva:
_ Arthur Koestler, Los somnámbulos, 1961.
_ Philippe Decourt, Les vérités insidérables. 1989
_ Jacques Lermigeaux, Revista "L’Écritoire" nº 3, 4 y 5, 1991
Fuente: DICI (Agencia de Prensa de la FSSPX)